Yo tenía un blog

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Hace ya más de una década yo tenía un blog. Era de Windows Live, cuando Messenger estaba de moda y todavía ni existía Hi5. O, al menos, yo no había llegado a usarlo. Era una plataforma precaria -Windows Live-, donde lo importante era escribir o tunearlo con muchos colores. ¡Oh, esos maravillosos sitios con fondos negros, letras rojas o azules o moradas, muy brillantes, y tipografía Cómic Sans! (léase, por favor, con ironía.)

Yo escribía constantemente. No mucho, pero siempre. Era contundente, me gusta pensar, y tenía una minúscula comunidad que me leía y se identificaba con mi manera evasiva y rodeadora de expresar mi weirdness, mi muy notoria depresión adolescente. Aunque al denominarla de esta manera parezca que la menosprecio, no es así. Si bien durante años intenté convencerme de que mi vida no era mucho más dura o triste que la de mis semejantes, hoy estoy plenamente consciente de que no exageraba. Al contrario, trabajé bien mi contención y no me permití crisis que seguramente no hubiera podido superar.

Paradójicamente, creo que mi ansiedad social me detuvo: el miedo al qué dirán, el temor a llamar la atención, a no pasar desapercibida, el terror a ser juzgada y a que tuvieran razón.

El caso es que todo eso que no le decía a nadie -nadie, nunca, para que no me juzgaran, para que no me tuvieran lástima-, quedaba en ese blog confuso y fragmentado, lleno de experimentos expresivos que, al menos entonces, no me parecían tan obvios.

Sobra decir que me encantaba escribir. Leía mucho, pero escribir era lo que realmente me daba perspectiva, ordenaba mis pensamientos y los llevaba, a veces, a conclusiones que no se me habrían ocurrido de otra manera. Llegué a escribir cuentos y hasta unos cuantos poemas, de los cuales hoy sólo uno recuerdo porque me enorgullece. Estaba en mi blog.

Como ya he dicho, mi paso por la preparatoria fue sumamente difícil. No ya por las materias -que no sé cómo diablos aprobé porque no recuerdo nada; puedo decir que no iba a la escuela a estudiar-, ni por la adolescencia misma. Mis problemas familiares y personales me hacían -más- apática y enojada, de modo que me gané un apodo que hacía referencia a aquello; como lo habían acuñado personas a las que les caía bien y no era un mote que pretendía ofender ni nada parecido, lo adopté, más o menos. Así se llamaba mi blog.

Luego, entré a la universidad, a una carrera aparentemente para «lectores profesionales» y no para escritores. Con la inseguridad que venía arrastrando, lejos de motivarme la mucha intelectualoidés acumulativa que había allí -aunque, por supuesto, no era, de ningún modo, lo único-, me cohibió al punto de dejar de escribir gradualmente ficción y luego lo que sea que fuera que antes escribía. Escribía muchos ensayos, eso sí, y creo que no lo hacía nada mal, pero la aplastante mayoría eran para la universidad.

De cualquier modo, antes de eso, Windows Live ya había decidido cerrar mi blog porque, al parecer, había violado alguna de las políticas. Nunca me especificaron cuál, ni me advirtieron antes, ni nada. Un día, ya no existía más. Tampoco me interesé mucho por saberlo. Tengo la hipótesis de que era por una serie de imágenes llamada «Muñequita mía», donde había muñecas de muy diversos tipos, casi todas muy bizarras, desde Living Dead Dolls, hasta muñecas sexuales más o menos realistas -que nunca mostraban detalles obscenos, incluso estaban muy vestidas-, muñecas intervenidas o con algo atípico, en general.

Quizá no me enteré bien porque ya no lo alimentaba con frecuencia, por no decir que ya casi ni lo abría. Tal vez había llegado al punto de abulia en el que ya no me interesaba poner orden a mis pensamientos tampoco; más aún, ya no era una necesidad. Había vuelto al mutismo.

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